Como un salto en el vacío
El camino es largo, y a veces, aburrido. Por
eso, de vez en cuando, tenemos que desviarnos y tomar direcciones más complejas...
Hace tres meses se me planteó la posibilidad
de pasar tres semanas de julio en Dublín, Irlanda. Sin pensármelo dos veces y
sin escuchar lo que me decían los demás, dije que sí. Sabía que iba a ser bueno
para mi inglés, y para mí. Pasaron los días, los exámenes y el día de
partida se estaba acercando. Yo, cada minuto que pasaba, estaba más arrepentida
de haber tomado la decisión de irme. De verdad, no quería ir. No estaba
asustada, estaba aterrada.
Pero de que me dí cuenta ya estaba montada en
el avión y a partir de ahí el tiempo
empezó a correr a la velocidad de un fórmula uno. La ciudad, la familia, la
gente, las risas, el Temple Bar, Grafton Street, la música, el ambiente, todo.
No tengo palabras para describir estas tres
semanas en Irlanda. Y no son más, porque ya tenía el billete de vuelta. Son
pequeñas cosas de cada día que juntas, me han dejado un buen recuerdo, una
bonita experiencia y una horrible nostalgia. He conocido gente increíble y
cuando digo increíble, me quedo corta. He pasado momentos inolvidables con
personas que me han dejado marca. Me he dado cuenta que detrás de las
diferentes culturas, hay personas maravillosas. Y que nunca, hay que juzgar un
libro por su portada.
Ahora que he vuelto de esa experiencia, me he
dado cuenta que soy más fuerte de lo que pensaba. Siempre he tenido una imagen
distorsionada de mí, de mis capacidades y de lo que soy capaz de hacer. A veces
solo hace falta salir ahí fuera y ponernos a prueba.
Porque de eso trata la vida, de tomar
riesgos.